De vuelta
al barrio. Cambios en mi vida en este último mes me han enfrentado a mí misma y
a cuerdas de esta vieja guitarra que es mi alma, que ni siquiera sabía cuáles
eran sus sonidos. A veces toco estas cuerdas y me encuentro con sonidos graves
que retumban en mi buen humor y colman mi paciencia o con sonidos muy agudos
que acarician mi alma y me hacen decir “te amo”, apachurrar y besar sin piedad J.
En
este mes he aprendido no solo de mí (que gracias a Dios tendré mucho que seguir
aprendiendo) sino también del ser humano. Del ser humano que le puede faltar
muchas cosas, pero lo que nunca le debe faltar es AMOR, aun cuando lo hemos hablado
muchas veces, en estas semanas me he dado cuenta de que su presencia o ausencia
en el alma de una persona cambia por completo su vida, y mucho más si estamos
hablando del amor en los primeros años de nuestra existencia. El amor puede
hacer cosas increíbles, como generar espacios de seguridad, espacios de
comodidad, espacios en los cuales estando con nuestra propia alma podemos
sentir que la vida vale la pena, que podemos dormir tranquilos, que podemos
jugar a nuestras anchas y que podemos pisar cada espacio de esta tierra de este
nuestro mundo con el temor natural a lo nuevo, pero con la seguridad que de que
somos capaces de escribir nuestra historia. Sin embargo, creo que la falta de
amor hace que nos desarraiguemos hasta de nosotros mismos, que seamos
temerosos, inseguros y que la vida detrás de la máscara sea dolorosa, la falta
de amor hace que no creamos en nosotros mismos, que detestemos en silencio la
existencia humano, que desconfiemos de otros y de nosotros mismos y que con el
tiempo la crueldad y la cólera invadan nuestro corazón.

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